Tenía miles de no pasar por acá, y necesito
cuestionarme la paz y la guerra. No consivo la idea de no racionalizar el
sentimiento más oculto, dilucidar los orgullos sin revestir al amor desde lo
femenino.
Hay
tanta vigencia pensarnos hoy a nosotras y nuestra condición de humanas,
cuestionadas y expropiadas de voluntades propias e utópicas. Simone de
Beauvoir, vive en las letras del segundo sexo,
al no ser superada en los cuestionamientos del siglo XXI.
Pues, es tan certero que “no se nace mujer:
se llega a serlo. Ningún destino biológico, psíquico, económico define la
imagen que reviste en el seno de la sociedad la hembra humana; el conjunto de
la civilización elabora este producto intermedio entre el macho y el castrado
que se suele calificar de femenino”.
El nacer hombre, es nacer privilegiado desde
lo económico, lo social y el prestigio matrimonial, y son estos privilegios que
nos empujan ardientemente a gustarles a los hombres, es como si continuáramos
en esa posición de subordinación. El punto es que la mujer se conoce, se elige
y se desecha, no en la medida que nos reconocemos a nosotras mismas, sino en la
construcción que hace de nosotras el hombre.
Si hemos minimizado la brecha que nos separa
de los hombres, ha sido gracias al trabajo, pues este último es lo único que
nos puede garantizar una libertad concreta.
Es preciso reconocer que no debemos huir del
hombre, más bien debemos reconocer en él un instrumento de placer. Si queremos
establecer circunstancias favorables en la pareja debe desaparecer la idea de
competición, empero, ello depende en gran medida del compañero, y es hasta
entonces que una se dedica a vivir su condición de mujer como el hombre vive su
condición de hombre.
PARA ENCONTRARNOS Y NO ATROPELLARNOS, ES
IMPORTANTE RECONOCER EN EL OTRO A UN COMPAÑERO.
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